- UNA SONRISA CUESTA MENOS QUE LA ELECTRICIDAD Y DA MÁS LUZ -. Proverbio escocés

lunes, 8 de febrero de 2010

RESUMEN DE LECTURAS. Nº1

Lectura Nº1
Gino Longo: “Características del conocimiento científico”.
Roberto Carballo: “Nota crítica a la lectura Nº1”


Voy a comenzar tratando de responder las cuestiones con las que acaba su crítica del artículo, haciéndonos cuestionar la veracidad de los argumentos expuestos en el texto de Longo sobre la concepción de la Ciencia como el último profeta esperado por la Humanidad en la que ésta se lanzará, como una flecha, hacia un progreso que, antorcha en mano, nos conducirá a cuotas jamás imaginadas de conocimiento y por tanto, gracias a una mágica mimetización de conceptos, a la felicidad.

Como hace en su crítica no entiendo cómo es posible hacer una separación de un supuesto Hombre de acción de la de otro supuesto Hombre de ciencia o reflexión.
En primer lugar, se contradice una y otra vez en el texto, y la separación a modo de “tipos ideales” de los seres humanos o de las capacidades de éste, como la anteriormente expuesta, se rebate con otra afirmaciones como: “ Para desarrollarse con éxito, la praxis requiere de una buena cognición de la realidad, en la cual y sobre la cual el hombre se prepara para actuar. En este sentido, el conocimiento, es premisa de la acción, mientras que la acción es el fin último del conocimiento”. ¿En qué quedamos?

Un Hombre práctico o de acción, al modo expuesto con matices que recuerdan a ratos un sabio taoísta que se funde y es Uno con la naturaleza y a otros un tierno bebé que nada conoce todavía, es un tipo ideal o algo que pudiendo darse en el campo de las ideas o de la filosofía nada tiene que ver con la realidad que pretende representar. Lo mismo cabría decir del Hombre de ciencia que da la impresión de tratarse de un maniaco del conocimiento por el conocimiento o de un asceta huído a la reflexión y la meditación en un monte. Todo se complementa y actuamos para conocer y conocemos actuando o para actuar. No tiene que ser siempre así por supuesto, pero es algo propio del ser humano.

Otra crítica que me gustaría resaltar es la prepotencia que a menudo, más de lo que debería en todo caso, experimentan los llamados científicos y así, con toda naturalidad, en el texto se nos explica los estadios por los que el ser humano ha pasado desde el principio oscuro, en el que el ser humano aún no tenía el conocimiento que nosotros poseemos de la realidad y que nos diferencia de nuestros incultos ancestros, “hasta llegar a conocer las relaciones que se establecen objetivamente entre los fenómenos de la realidad” (sic). ¡Toma el frasco, Carrasco! ¡Hemos llegado a conocer la realidad! Y lo hemos hecho objetivamente, por supuesto.

Pretender que hemos llegado, a modo de última estación, a donde el ser humano tenía como objetivo innato a sus capacidades es no sólo una osadía sino que refleja un espíritu de adoración y de fe ciega en la ciencia que convierte a ésta en otra ideología más. Pretender que nuestros antepasados, por el mero hecho de no poseer un método científico de conocimiento como el nuestro, vivían en una oscuridad asfixiante es ridículo. Cada época tiene su espíritu y la nuestra es el espíritu de la ciencia. Una ideología que cada pretende conocer la naturaleza y desentrañarla para luego alejarse cada vez más de ella. ¡Oxímoron cruel!

Quizá el fallo radique ahí, en intentar descifrar o cambiar la naturaleza como leitmotiv. Nuestra filosofía y por ende nuestra ciencia observa y argumenta, analiza y deduce, es decir actúa para conocer. Entre estímulo y acto cae la sombra del pensamiento, en metáfora de T. S. Elliot.

Yo propongo, para acabar, una ciencia, una filosofía fundamentada en la vida y en la naturaleza orgánica contra tanto mecanicismo y materialismo.



“El mayor bien es como agua, porque el agua beneficia a las mil criaturas sin disputar con ellas y se remansa en lo más bajo”.
Tao Te Ching.

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